La vida es un bien que no debe doler

Pedro Guerra

Las niñas y los niños seres activos, reflexivos, críticos y prácticos, capaces de influir en su medio ambiente si se les da la oportunidad. Desean poco y lo poco que desean no siempre está a su alcance.

Una niña o niño que vive en la marginación, en la pobreza u orfandad se niega a que le quiten sus sueños, expectativas e ilusiones. Cuando les he preguntado sobre sus anhelos, sin titubear dejan ver la preocupación por el diario vivir: les preocupa su salud y la satisfacción de sus necesidades básicas; desean una cama, una casa donde vivir, ropa para vestir y que haya muchos pasteles. También expresan el deseo de tener muchos juguetes y hasta una “bici gringa”. Pero, sobre todo, desean ser tratados con cariño, respeto y protección: “Que me cuiden y que no me pase nada”; “Que no se pelee mi jefa y mi jefe, que alguien les mande un pensamiento y se junten los dos”; “Que mi papá se componga”; “Que cuiden a mis hermanos”; “Que no haya violencia y tener todos los derechos de un niño”.

Me dejan saber que para su familia piden amor y mucha paz: “Que mis papás no se peleen, que mi hermano no se enoje conmigo, que mi familia me quiera más que ahorita, que mis hermanos se amen mucho”. Desean salud, libertad, esperanza. Les preocupa mucho la sobrevivencia: “Que mis papás nunca se mueran”.

Aun con las limitaciones que el medio ambiente les impone, no dejan de leer la realidad y su entorno. Les preocupa mucho el deterioro de la naturaleza, quisieran que alguien cuidara de ella, que no se desperdiciara el agua, que los camiones no contaminen, que las calles y nuestro aire esté limpio, tener un campo empastado para jugar, así como muchos pájaros.

Son empáticos con sus compañeros en mayor desventaja, razón por la que piden que nadie tenga que faltar a clases, que todos se puedan bañar diario y que los que no pueden caminar se alivien muy pronto y que puedan jugar y que haya más lugares para niños con discapacidad.

La violencia, la destrucción, la delincuencia la tienen muy presente, la aborrecen y se hace presente en su discurso: “Que no haya gente mala, no guerras, no peleas, no robos, no violencia”; “Que el mundo esté bien, que el mundo sea feliz, que haya amor, que todos cooperemos”; “Que ayudemos a los niños que tengan drogadicción”; “Que tengamos amistad con los demás”; “Que no haya fronteras”; “Que no maten a mi mamá”; “Que toda la gente sea feliz”; “¡Que el mundo no deje caer a la tierra!”

No cabe duda que su sensibilidad es enorme, basta escucharles para saber qué anda mal en nuestra sociedad y en nuestro planeta. Con mucha claridad nos dicen qué necesitan. Curiosamente sus necesidades suelen ser las mismas que las de la humanidad entera: cariño, protección, paz, amor, alegría, diversión, educación, cuidados básicos. En otras palabras, lo que las niñas y niños en situación de vulnerabilidad piden es que se respeten sus derechos humanos. Y es responsabilidad de cada adulto y del Estado procurar las condiciones para su cumplimiento.

Quienes trabajamos con esta población, diariamente somos testigos del dolor y sufrimiento de los niños y de las niñas que suele quedar invisibilizado o minimizado. Existe consenso respecto a la relación directa que existe entre la violencia social y la familiar. Y es que las desigualdades sociales, la precariedad del empleo, la exclusión social, la marginalidad, el analfabetismo, se vuelve caldo de cultivo para los malos tratos hacia las niñas y niños; lo cual no significa que los malos tratos existe en todas las familias pobres —pero sí que puede ser un predisponente importante—; tampoco significa que no existan en las clases no pobres; lo que quiero decir es que cuando el hambre entra por la puerta, las capacidades y competencias para criar y educar con amor y tino, salen por la ventana.

Por tal motivo, expertos en el tema como el neuropediatra y psicoterapeuta, Jorge Barudy, sostienen que para que exista un contexto de buen trato para las niñas y niños se requiere de políticas públicas que aseguren la equidad a todas las familias mediante la redistribución de la riqueza, así como de políticas sociales basadas en el bienestar de la población. También es necesario asegurar el respeto de los derechos humanos y el desarrollo de programas destinados a promover formas no violentas en la resolución de conflictos familiares, es decir, una educación para la no violencia.

En el presente siglo, en México, gobierno y sociedad civil trabajamos en estas líneas. Tenemos leyes y programas. Sin embargo, la realidad indica que falta mucho por hacer, que esto no ha sido suficiente, pues hay mucha desnutrición, ansiedad, suicidio y maltrato hacia este sector de la población, expulsión y exclusión escolar, frío, embarazos de adolescentes en niveles importantes… La lista es larga.

Las niñas y niños nos proporcionan un listado de deseos y necesidades. Su carta a los reyes magos (a nosotras las personas adultas) está escrita desde hace años en muchos idiomas. Me refiero a la Convención sobre los Derechos de la Niñez. Ahora tenemos la responsabilidad de dar una respuesta a la altura de sus necesidades, a la altura de sus derechos. Recurramos a la magia de la empatía, la voluntad y la creatividad, porque la vida es un bien que no les debe doler (o solo lo inevitable).