La educación y la política deben redefinir su concepto de persona humana o definirlo si demostramos que no existe en la conciencia de importantes grupos en el seno de la sociedad.
Antes del boom del neoliberalismo, había distintos grupos y organizaciones que se ocupaban de la población apoyados en diversas opiniones sobre la esencia de la persona humana.
A partir de entonces con las modalidades de la familia; el retiro de la autoridad al profesor; la victimización de la Policía; la aparición del nepotismo en múltiples organismos; la privatización de áreas sustantivas en algunos gobiernos y el reconocimiento de facto del poder del más fuerte. La persona humana es vista con frecuencia como una mercancía, colocada a merced de las leyes del mercado.
El combate frontal al Estado promotor de bienestar y el creciente desinterés del sistema educativo nacional por crear ciudadanos comprometidos con el proyecto de país; entre otros fenómenos, condujeron a la población a la enajenación con respecto de sí misma. El ciudadano abandonó la idea de conocerse a sí mismo y el individualismo exacerbado formó muros entre todos.
La familia perdió cohesión; en algunos casos la escuela cumplió tareas de guardería, sin establecer límites entre autoridad e individuo. En determinados puntos, la relación humana se tornó caótica. Lo anterior contribuyó a la desigualdad descomunal que conocemos ahora.
Tenemos conciencia de la necesidad de entender ¿qué somos como seres humanos? Es un estudio que a la brevedad deberá hacerse con método científico dejando atrás la práctica de querer mover, para que todo siga igual.
Es fácil entender que la desigualdad, genera, entre otras cosas, la discriminación y la libertad irresponsable en materia comercial, que también tendrá que analizarse para ver qué efectos negativos tiene en la violencia, que habrá de abordarse cono solamente con la policía, sino con una sociedad organizada.
De una sociedad “autoritaria” transitamos a una permisiva, donde los límites únicos, son los que impone el mercado, erigido sobre el poder ilimitado que da el control financiero, que regula desde el menesteroso al potentado, pasando por el intelectual, ahora marginado por servir, en muchos casos, al dios supremo de la nuestra aporreada sociedad.
La salud, la educación y el trabajo, no deben conceptualizarse en función del valor utilidad que les da el mercado, pues si consentimos en ello, la desigualdad social, será un timbre de orgullo y no un problema de justicia a resolver en conciencia.
No es factible intentar igualar lo que esencialmente es desigual, pero reconocer el derecho de vivir con dignidad, es un imperativo ético, para vivir en paz.