El año pasado, iba caminando por la calle un día después de la marcha que conmemora el día de la mujer. De pronto, un papel que estaba pegado en una pared me jaló la mirada: “qué ninguna niña deje de cumplir su sueño”. Me quedé de una pieza por la sencillez del mensaje y lo profundo de esa petición. Y, es que aún en pleno siglo XXI el tema de lo femenino nos sigue poniendo nerviosos.

No son nuevos estos nervios. Cuando, en 1910 Karen Michaëlis publicó por primera vez: “La edad peligrosa” impactó a los lectores por razones que aún hoy siguen siendo válidas. Esta publicación se hizo in Dinamarca y la mente tan abierta de los daneses se cimbró cuando la autora dio a conocer —y tuvo que defender en entrevistas y conferencias— sus propios descubrimientos sobre la naturaleza de las mujeres.

Ya desde aquellos tiempos se abrían las preguntas sobre lo más significativo que representa lo femenino. La postura natural que debemos adoptar las mujeres, el enérgico proceso que implica el autoconocimiento y la autodefinición, las contra posturas, la digna resignación, la odisea del género. Y en esta travesía están los sueños y las personalidades de cada una: las que se ciñen a lo que hay, las que presentan oposición contra lo convencional, la maternidad, la vida sin hijos, el sentido del pasado, la mirada al futuro. Tantos motivos para soñar y anhelar. Tantos que se han desintegrado y que merecieron una oportunidad. Al menos eso.

El camino que nos lleva a la definición de lo femenino ha sido largo y arduo, también conmovedor en muchos momentos. Seguimos despertando emociones que nos llevan a extraños lugares, se desatan las amarras de las ideas, se les dan alas a los ideales y comienza la polémica. Los avances en el tema de la femineidad entran en conflicto. Freud y otros científicos de su tiempo afirmaban que la anatomía de las mujeres es nuestro destino.

Virginia Woolf respondió que era posible que la humanidad estuviera cambiando y fuera necesario adoptar nuevos modelos sociales. Seguimos reflexionando en torno a la identidad sexual femenina, a la opresión, a la lucha que se libra por conseguir oportunidades, a la sobrexplotación a la tragedia que significa afrontar el envejecimiento. Y, en medio de tantas posibilidades y sueños están las emociones, los sentimientos.

Desde luego, ha habido enojo ante muchas estrategias destructivas y una cuota innecesaria de remordimiento. La puesta en escena del tema de lo que significa ser mujer deviene en crisis y queremos que de ellas venga una evolución. Que cada niña tenga la posibilidad de convertir en realidad su sueño. ¿Cuál sueño? El propio de cada una, porque para eso somos diversas.

Por supuesto, encarar la realidad es de suma importancia. Entender que muchas madres en el mundo y en este país son el sostén de la familia. Conocemos historias de mujeres que cuando no están ocupándose de sus hijos, cuidando a sus padres, apoyando a sus maridos, se truenan los dedos para pagar las cuentas. Y todo esto se da en ambientes restrictivos, que cuestionan y señalan. Nos dejan un dolor profundo y una honda perplejidad. También nos dejan mucho cansancio.

Claro que se han hecho conquistas. Hay muchos ejemplos de mujeres que han logrado alcanzar la plenitud creativa, que han sido aceptadas y admiradas como empresarias, emprendedoras, exploradoras, académicas, científicas, maravillosas cocineras, esposas espectaculares. Sí, porque cada niña debe perseguir el sueño que la lleve a conseguir aquello que ha soñado sin juicios ni masculinos, pero tampoco femeninos. Que cada niña logre lo que quiera ser.

Y, tampoco dudo que haya una ceja que se eleve en tono irónico frente a las elecciones que cada mujer quiera hacer. Todavía hoy, muchas enfrentan una visión condescendiente y sarcástica frente a lo femenino. Aún seguimos desafiando esa creencia de que hay mujeres peligrosas. En realidad, lo que nos gustaría ver es un piso parejo para la humanidad en su conjunto. ¿Cómo podemos alcanzar la igualdad en espacios públicos y privados? No lo lograremos si estamos divididos.

Es necesario tender la mano, que los hombres nos acompañen, no como padrinos sino como pares. No como quien se tapa los ojos ante una situación lastimosa, sino como quien está dispuesto a promover las mismas oportunidades para las personas, más allá del género.