En el curso de las últimas semanas hemos sido testigos de la escalada de violencia entre Israel e Irán, donde el primero ha justificado su intervención militar atacando instalaciones nucleares y otros objetivos militares aduciendo que Irán se encuentra muy cerca de obtener un arma de este tipo.
Irán, país del medio oriente, decimosexto más extenso del mundo, con una población de casi 100 millones de personas de diversas etnias, dio inicio a su programa nuclear desde la década de 1950 del siglo pasado, bajo el auspicio del programa Átomos para la Paz de la Organización de las Naciones Unidas (ONU), y a pesar de que Irán firmó en 1968, y ratificó en 1970, el Tratado sobre la no proliferación de las armas nucleares, comprometiéndose a no desarrollar armas de este tipo, las actividades del programa nuclear iraní comenzaron a suponer una preocupación para la comunidad internacional, a partir de 2002, al descubrirse la existencia de dos centros clandestinos para el enriquecimiento de uranio, en Natanz, y plutonio en Arak, planta de producción y sede de un reactor de investigación, por medio de la generación de agua pesada, ambas sumidas en halos de secretismo en el desarrollo de sus actividades por el gobierno de Teherán, sembrando dudas acerca de la naturaleza real de su programa nuclear, siendo ambas instalaciones bombardeadas por el ejército israelí.
Irán, siguiendo las máximas del general prusiano (alemán) Carl Philipp Gottfried von Clausewitz, en su obra más representativa “De la Guerra”, en cuanto a que además de ser un conflicto de este tipo un acto de fuerza destinado a “obligar al enemigo a hacer nuestra voluntad, en donde los ríos, bosques, montañas y otros elementos geográficos, además de obstaculizar el avance enemigo, también deben proporcionar la oportunidad de organizarse sin ser vistos”, ha aprovechado sus particularidades geográficas, utilizando sus relieves montañosos, que incluyen las escarpadas cadenas montañosas de los montes Zagros y Elbruz, para construir debajo de ellas toda una red de túneles interconectados por todo el país, conocidos como “ciudades de misiles”, las cuáles han construido desde hace décadas, almacenando una gran cantidad de estas armas de distintos tamaños y capacidades, que de acuerdo con diversas fuentes podría alcanzar hasta los 20 mil, sirviendo a la vez como fábricas para la producción y preparación de las mismas, dotándole de una gran capacidad de respuesta ante los ataques israelitas.
En este escenario, donde nuestro vecino del norte es un abierto aliado de Israel, no es secreto que, después de los eventos del 11 de septiembre de 2001, se hable de una ideología existente en los Estados Unidos acerca de una guerra nuclear preventiva, la cual es vista como un instrumento de defensa, planteándose la existencia de una bomba nuclear “humanitaria” de baja capacidad e intensidad explosiva, que pudiera utilizarse en contra de países no nucleares, no generando daños en contra de la población civiles dado que su explosión sería de forma subterránea.
Al respecto llama la atención las declaraciones del presidente norteamericano Donald Trump en el sentido de plantearse la utilización de la bomba GBU-57, reconocida como la más poderosa del mundo, con 13.6 toneladas de peso, debiendo ser transportada y lanzada desde un bombardeo furtivo B-2 (conocido también como el famoso Stealth Bomber), de dos tripulantes y baja visibilidad, siendo al avión más caro jamás construido con un costo aproximado de 737 millones de dólares y de 932 de costo total de compra, mismo que puede transportar dos de ellas, diseñadas para adentrarse unos 61 metros bajo tierra entes de explotar, siendo por tanto la única con la capacidad de dañar objetivos bajo tierra, y que precisamente sería utilizada para destruir la instalación de investigación y desarrollo nuclear iraní de Fordow, ubicada en la zona montañosa del norte de Irán, enclavada a 80 metros de profundidad, la cual contaría, de acuerdo con diversos reportes de inteligencia, con tres mil centrifugadoras (máquinas rotativas extremadamente precisas, utilizadas tanto en el sector nuclear como en otros campos de la tecnología, para separar, purificar y concentrar los materiales que se encuentran en suspensión, es decir, utilizar los principios de la fuerza centrífuga que acelera las moléculas, de modo que las partículas de diferentes masas se separen físicamente en un gradiente -campo eléctrico o magnético- a lo largo del radio de un recipiente giratorio, separando el uranio-235 ( 235 U) del uranio-238 ( 238 U), siendo capaces de producir uranio altamente enriquecido (conocido también como de tipo militar), utilizado para la fabricación de una bomba nuclear.
La humanidad ya se ha encontrado en otras ocasiones al borde de una catástrofe nuclear, siendo el referente inmediato el llamado Proyecto Manhattan, programa secreto de investigación y desarrollo llevado a cabo por Estados Unidos, con la colaboración de Reino Unido y Canadá, durante la Segunda Guerra Mundial, con el objetivo de crear las primeras armas nucleares, dirigido y desarrollado entre 1942 y 1946 por el físico Robert Oppenheimer en el laboratorio de Los Álamos, involucrando a científicos, ingenieros y militares, culminando con la detonación de dos bombas atómicas sobre las ciudades japonesas de Hiroshima y Nagasaki en agosto de 1945, y que a decir de diversos materiales desclasificados, habría tenido también como objetivo bombardear 66 ciudades de la entonces Unión Soviética (hoy Rusia), utilizando más de 200 bombas atómicas el 15 de septiembre de 1945. Otro evento significativo habría sido la crisis de los Misiles en Cuba, del 16 al 28 de octubre de 1962, llamado el momento más tenso y crítico de la “Guerra Fría”, donde el mundo estuvo a punto de experimentar un conflicto nuclear entre los Estados Unidos y la Unión Soviética, desencadenado por el descubrimiento de construcción de bases de misiles nucleares soviéticas de alcance medio en Cuba, llevando a una confrontación directa entre ambas superpotencias.
De acuerdo con la lógica, y la opinión de diversos expertos, de llevarse a cabo la utilización de un arma nuclear, la respuesta con la misma magnitud llevaría invariablemente a la destrucción mutua asegurada y, de escalar sus consecuencias, al fin de la humanidad tal como hoy la conocemos. Particularmente no me parece que lleguemos a experimentar tal situación, sin embargo, no es cosa menor el amenazar con la utilización de dicho armamento, así como el que grupos radicales pudieran hacerse del mismo para la consecución de sus fines, lo que podría arrojar seguramente como consecuencia el resultado antes descrito.
Sin duda un conflicto que se encuentra lejos de terminar, con serias consecuencias de mantenerse tal y como se encuentra actualmente. Estando oriente medio y el mundo con el alma en vilo, seguiremos de cerca su desarrollo.