“Mi papá me llevaba a los partidos desde que el Irapuato estaba en Primera División. Siempre me vestía con el uniforme completo del equipo, parecía niño —recuerda entre risas—. Íbamos juntos al estadio y así le fui tomando cariño. Ya de grande decidí que quería seguir yendo por mi cuenta”, relata Kathya con nostalgia.
Para ella, el amor por el Irapuato no depende de los jugadores ni de las victorias. Lo que importa es el escudo, la historia y el ambiente que se vive en cada encuentro.
“Mi jugador favorito siempre fue Ariel González. Él sí sudaba la camiseta, la portaba con amor. Aunque no era de Irapuato, se ganó el cariño de la afición por su entrega. Hasta ahora sigue siendo mi favorito”, dice emocionada, con los ojos brillosos.
Hoy, Kathya continúa la tradición llevando a sus hijos al estadio, con la esperanza de que la Trinca regrese a Primera División y cumpla el sueño de muchas generaciones de freseros.
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“Hoy llevo a mis hijos, al igual que mi papá me llevó a mí. Todos nos vamos como familia a disfrutar y estamos ya listos para que empiece el torneo”, dijo.
Como fiel aficionada, Kathya conserva con orgullo una colección que habla por sí sola: varias playeras oficiales del equipo, banderas, bufandas y hasta un tatuaje de una fresa, símbolo de su amor eterno por el equipo.
El Club Irapuato, fundado en 1948, ha sido símbolo de identidad para la ciudad y ha vivido etapas históricas, desde sus ascensos a Primera División hasta momentos difíciles como la desaparición de franquicias. A pesar de los altibajos, la afición nunca ha abandonado a su equipo, y es esa fidelidad la que mantiene viva la esperanza de un nuevo renacer.
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