En las reglas no escritas que se transmiten de generación en generación, y que conforman la armadura íntima de identidades comunitarias provenientes de tiempos lejanos, un “bastón ceremonial” no lo puede elaborar cualquiera, tampoco cualquiera lo puede otorgar, y mucho menos se puede entregar discrecionalmente. Para recibir uno hay que tener merecimientos. ¿Cuáles serán los de la gobernadora?
(El ritual vivo…)
Don Sebastián López, “Papá Tan”, fundador hace un siglo (en tiempos de los cristeros) de la “Mesa de danza conchera de Corralillos”, con influencia en toda la región serrana, antes de morir entregó “la palabra” a dos nietos: Jaime Orduña, ya finado, y Pedro López. Como lo indica la tradición, tratándose de un bastón de mando, símbolo de alta jerarquía, sólo él por su rango podía poseerlo y transferirlo. Con tal fuerza heredada, hasta la fecha esa cofradía de danzantes sigue dando vida al ritual en el que se “trabajan” los bastones ceremoniales, para lo cual deben adentrarse en un estado de comunión intima sostenido en una estructura temporal ancestral.
Antes de iniciar la ceremonia de velación, que puede durar horas o la noche entera, el danzante casero y anfitrión, ofrece el recibimiento de las “conquistas” que él mismo ha realizado y que ahora acuden a su fiesta. Luego, ejerce la atribución de elegir a los portadores de las “palabras” o “palabritas”, quienes desempeñaran su función hasta culminar los trabajos: está quien dirige el canto, las oraciones, cuida el orden, indica las “dancitas”, y también debe nombrar las “palabritas” de la velación: ellos encenderán los cirios del tendido de ánimas, referencia principal del ritual a las que con una alabanza se pide permiso para poder comenzar: “Con licencia de Dios y del Espíritu Santo /vivan las ánimas conquistadoras de los cuatro vientos…”
Luego de trasponer ese umbral, los danzantes elegidos encienden tres cirios blancos, son los difuntos y la Santísima Trinidad que habrán de honrarse. Otro prende cinco ceras, invocando igual número de ánimas. El casero también designa dos personas que elaboran la “sagrada forma” o “súchil”, la cual se extiende en el suelo sobre una manta con veladoras, la del centro es el corazón, en cada esquina otra, y una más que significa “El ánima sola”: “en el suelo se ha tendido un ramillete de flor/ el resplandor del señor”.
Esa será la guía para proceder a trabajar los bastones. Mientras tanto, sahumerio y copal envuelven todo, dan la esencia a cada objeto y movimiento: hasta al ocote o cerillos con los que se multiplica la llama, siempre dirigiéndose a los cuatro vientos. Ese trance al plano de lo sagrado se protege y conduce con la energía de las conchas, mandolinas, con el canto que no cesa: Recibe esta ofrenda señor/ torna este llanto en dicha y amor. Ya que están terminados, solo habrá que esperar al día siguiente para depositarlos junto a las imágenes: “Esta santa Mesa tiene su bastón/ que es para el recuerdo de la obligación”

(El ritual…usado como espectáculo)
El aparato de publicidad del gobierno de Guanajuato utilizó la escena donde la gobernadora recibe en San Luis de la Paz un “bastón de mando”, para divulgar por todos los medios la ficción de que con ese hecho chichimecas y otomíes estaban reconociendo su liderazgo y otorgándole su confianza. Antes funcionaban esas estrategias, pero ya perdieron eficacia boletines oficiales basados en conceptos que los publicistas del “Gobierno de la gente” posiblemente copian y pegan de ChatGPT.
A esas localidades indígenas situadas en la periferia de San Luis de la Paz y en el Municipio de Tierra Blanca, las únicas de raíz genuina en la zona noreste, por conveniencia política la propaganda oficial las idealiza, pero la realidad es que actualmente viven envueltas en airadas confrontaciones internas por el poder y por el control de los programas gubernamentales.
Sus fracturas en ocasiones se desbordan en violencia irracional hasta por razones nimias, así sucedió en abril cuando en Misión de Chichimecas, diferendos sobre una barda aledaña a la capilla generó enfrentamientos a golpes; pero la débil cohesión comunitaria tiene otras múltiples expresiones, en su momento Divisadero relató que en las pasadas elecciones un grupo de esa comunidad fraguó con el PRI la maniobra de simular como indígena chichimeca en la boleta electoral al ex líder estatal de la CNC Lorenzo Chávez Zavala. También, en ese territorio -que desde el exterior algunos cubren con un velo de romanticismo- la delincuencia organizada suele camuflajear actividades ilícitas entre las nopaleras. Ahí, las ejecuciones se han vuelto recurrentes, la última fue apenas hace días en un puesto de tacos. Hay jóvenes devastados por el consumo de solventes que se adentran en los caminos polvorientos, o en la ciudad, como siluetas sin rumbo.

Al igual que los otomíes de Tierra Blanca, los indígenas ludovicenses padecen el flagelo el alcoholismo, las adicciones, la violencia familiar. Es cierto que en medio de esas realidades destrozadas, hay quienes siguen forjando algunos elementos culturales profundos que no están alineados a la visión “folclórica” alentada desde las instituciones o por miembros de esas mismas comunidades, a quienes, demeritando la dignidad de sus usos y costumbres, les resulta redituable el juego circense con el poder, al grado por ejemplo, que el bastón entregado a la gobernadora, “casualmente” muestra flores rojas muy a tono con su vestido de corte indígena.
Puede entenderse que Libia García desconozca todo el complejo entramado espiritual que existe tras un bastón ceremonial como el que sus colaboradores se encargaron de hacer llegar a sus manos, entre música de “tunditos”, para que posara sobre el escenario. En lo que seguramente no hay inocencia, es en los cálculos de la rentabilidad política que deja el mostrarse cercana a las raíces populares.
En esta temporada de la 4T, hay inmediatas reacciones gubernamentales y las redes sociales estallan, cuando una empresa trasnacional se apropia y lucra con el diseño original de alguna artesanía o producto indígena (lo más reciente fue con la marca Adidas), pero no se mide con la misma vara, que cada vez más políticos (de todos partidos) en la moda de “encarnar al pueblo”, utilizan símbolos comunitarios para legitimarse… como acaba de suceder aquí en Guanajuato.
