Irapuato, Gto.- No era solo un puente, era un techo, un refugio, una palabra de aliento. El cierre de espacios donde las personas migrantes podían descansar en Irapuato ha vuelto su trayecto más largo y más solitario para quienes cruzan el país rumbo al llamado ‘sueño americano’.

Tras la clausura del Puente Siglo XXI, cerrado desde agosto, el sitio que durante años funcionó como refugio y campamento para personas migrantes en tránsito quedó cubierto con rejas, eliminando uno de los pocos lugares donde podían descansar.

“Ahorita lo más complicado es encontrar un lugar seguro para dormir. Aunque Irapuato sigue siendo una parada obligada en la ruta migrante por la conexión ferroviaria hacia Torreón, la ciudad ya no ofrece el respiro que durante años permitió a cientos de personas dormir y sentirse a salvo, aunque fuera por unas horas”, explica Lillya Sánchez, integrante de Amigos del Tren.

La asociación continúa abierta y ofreciendo apoyo, no solo a personas migrantes, sino también a personas en situación de calle, brindando un espacio para bañarse, comer y tomar fuerzas antes de seguir el camino.

Para quienes van de paso, perder un lugar fijo no solo implica mayor riesgo físico, sino también la pérdida de uno de los pocos momentos de conexión humana que encuentran en su trayecto.

“Ellos lo veían como un lugar de descanso. Que ese espacio estuviera abierto hacía que mucha gente de Irapuato llegara, les diera de comer y compartiera con ellos. Eso lo sentían como un abrazo después de tanto rechazo y sufrimiento en su camino”, relata Sánchez.

Durante años, esos encuentros se tradujeron en comidas compartidas, donaciones y, en temporadas como diciembre, incluso cenas navideñas.

“Hacíamos una cena muy bonita. Mucha gente se sumaba para que no estuvieran solos, porque muchos migran en estas fechas y no pueden estar con sus familias”, recuerda.

Hoy, la ayuda persiste, pero con límites. La organización continúa funcionando con normalidad, atendiendo diariamente entre 30 y 40 personas, ofreciendo alimento y recibiendo donaciones de ropa e insumos de higiene. Sin embargo, reconocen que el cierre de estos espacios cambió de manera significativa la experiencia del trayecto migrante.

“Esa es la parte que más nos entristece: que ya no es el lugar donde encontraban esa solidaridad”.

El perfil de quienes llegan también ha cambiado. Las familias con niñas y niños, principalmente de origen venezolano, son cada vez menos. Ahora predominan hombres que viajan solos, en su mayoría centroamericanos, retomando una dinámica que parecía haber quedado atrás. Aun así, la incertidumbre es constante: algunos días llegan grupos de hasta 15 personas; otros, solo una.

Sin un espacio donde pernoctar de forma segura, el riesgo aumenta.

“Tienen que estar más pendientes de sus cosas, de su integridad. Es un viaje muy largo y no en todos los lugares encuentran condiciones favorables. Aquí, por lo menos, ya no hay un lugar donde puedan dormir seguros”, señala.

A pesar de ello, las personas migrantes continúan avanzando. “Ellos ya vienen mentalizados. Saben que así es la travesía, aunque les duela y esperen no sufrir tanto”.

El camino sigue, pero sin ese respiro que alguna vez hizo de Irapuato algo más que una parada: un lugar donde, por un momento, no se sentían solos.

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