Dicen que febrero es loco. De pronto hace frío y recordamos que aún estamos en la época invernal y así en un tris, se desata el calor y da la impresión de que se nos adelantó la primavera. En el segundo mes del año, tendemos a reflexionar sobre la amistad y el amor por las celebraciones del Día de San Valentín. Entramos alegremente a la euforia que nos entra por los poros del cuerpo. Es curioso, los aparadores se llenan de cupidos y corazones. En general, hablamos del amor como algo que sale del corazón. Pero, por supuesto, sabemos que el cerebro también tiene algo que ver con esto. Dicen que el amor es ciego, pero ya la antigüedad oriental nos da visos de que no debiera ser tan corta de vista.
No sé, tal vez haya más en el amor que se relacione con la química y la biología, pero ¿qué está pasando exactamente en el cerebro de alguien enamorado? Bueno, muchas cosas. La persona enamorada deja de ver algunos aspectos, maximiza cualidades y minimiza defectos, al principio. Y, al pasar el tiempo, sucede lo contrario. De un momento al otro, la persona que nos era in[1]dispensable se convierte en el elemento más alejado del deseo.
Con respecto al amor, podemos estar de acuerdo en una verdad insoslayable: sin relaciones de amor o amistad, los se[1]res humanos nos enconchamos, nos ensimismamos y de acuerdo a los profesores de Harvard Carter y Porges: “las personas sin amor y sin amigos no prosperan, incluso si se satisfacen todas sus otras necesidades básicas”. Somos seres sociales.
Hemos escuchado tantas veces que el amor y la amistad es indispensable en nuestras vidas que lo hemos convertido en un lugar común. Y, a pesar de que sea un cliché, es una verdad de oro. Desde los humanos hasta los organismos microscópicos menos sofisticados, las conexiones socia[1]les no son sólo un lujo, sino un medio de supervivencia: las bacterias gravitan hacia otros miembros de su especie, las hormigas y las abejas tienen sistemas sociales complejos, y los lobos y los ratones de campo seleccionan y se adhieren a otros adultos de maneras que se parecen mucho al amor humano. No sé si podamos llamar amor y amistad a lo que sucede en otras especies.
La psicóloga Dra. Helen E. Fisher, en 1996 inició un estudio único en su rama. Quería investigar si el corazón o el cerebro estaban involucrados en el sentimiento de amor y amistad. Para comprobarlo, pidió a un grupo de estudiantes universitarios que se identificaban a sí mismos como locamente enamorados para que se sometieran a un escáner cerebral a través de una resonancia magnética funcional. Se les mostró un conjunto rotativo de imágenes, algunas neutrales y otras de los amados. Los resultados del escáner sorprendieron a Fisher: “Muchas partes del cerebro se activaron en los sujetos enamorados cuando se enfoca[1]ron en la imagen de la persona amada. Sin embargo, dos regiones parecen ser centrales en la experiencia de estar enamorado. Quizás el hallazgo más importante se refería a la actividad en el núcleo caudado”.
El núcleo caudado es un área profunda en el cerebro que evolucionó mucho antes que los mamíferos, a veces denominada cerebro reptiliano. Y, dado que el comportamiento “reptiliano” no se asocia típicamente con la actividad humana amorosa, Fisher tuvo que reconfigurar sus ideas sobre esta área del cerebro. Por las mismas razones por las que la oxitocina y la dopamina pueden fomentar los vínculos de amor apropiados y necesarios entre las familias y los grupos sociales, también se asocia demasiado de algo bueno con estas hormonas: podemos sentirnos enloquecidos y adictos al amor, lo que explica en gran medida por qué en el pasado algunos de nosotros preferiríamos olvidar a gente que dijimos adorar: amigos y amados.
En fin, puede ser que amemos con el corazón o con el cerebro. Sería mejor que lo hiciéramos con ambos. Y, tal vez, recordar los consejos de Confucio: antes de entregar el corazón y dar amor o amistad habría que usar el cerebro. Prefiramos a los rectos, honrados y bien informados; alejémonos de las personas corruptas, deshonestas y charlatanas. Es sabiduría milenaria