Irapuato, Gto.- En la esquina de las calles Guillermo Prieto y Terán, en Irapuato, se encuentra Disneylandia, una librería con más de siete décadas de memoria e historia.
Entre sus estantes descansan revistas antiguas, literatura clásica, libros vaqueros y ediciones modernas, algunos con fechas que van desde 1950 o 1970, todos impregnados del aroma del papel y del paso del tiempo.

Durante 52 años, el señor Juan Humberto González fue el alma de este lugar. Tomó el negocio cuando se lo traspasaron, decidido a hacerlo suyo, pese a quedar en silla de ruedas tras un accidente en bicicleta, jamás dejó de atender el local.
Su constancia, amor por la lectura y carácter firme convirtieron aquella esquina en un refugio de historias.
“Él falleció el 13 de marzo de 2024… Cuando llegó, el dueño anterior le dijo que ya se iba, que aquí no había mucha venta, que este era un ‘pueblo bicicletero’. Pero mi esposo se quedó con el local. En 1973, cuando fue la inundación, perdió todo: sus revistas, su negocio, todo. Tuvo que volver a empezar desde cero”, recuerda su esposa Patricia González.

Patricia, a quien muchos conocen cariñosamente como Doña Pati, cuenta que lo conoció en un centro de rehabilitación. Él se recuperaba de su accidente, y ella lo acompañó desde entonces.
“Yo fui sus brazos y sus piernas, porque no había más que trabajar para salir adelante. Tuvimos casi 46 años juntos. A veces digo: ‘Ni modo, es la ley de la vida’. Lo más seguro que tenemos es la muerte, aunque es triste quedarse solo”, dice mientras acomoda unos libros.

Los estantes de la librería de Doña Pati guardan más que papel en Irapuato
Cada título en Disneylandia parece tener una historia, una huella de quien lo leyó antes. Algunos de esos textos, llegaron ahí por donativos, otros son traídos de la Ciudad de México.
“Él no sacudía los libros, los acariciaba”, recuerda Patricia. Entre risas suaves y ojos brillosos, repite la frase que su esposo citaba del Salmo 39:5-7: “Ciertamente como una sombra es el hombre; en vano se afana, amontona riquezas, y no sabe quién las recogerá.”

Desde su partida, Patricia ha seguido leyendo. “A veces uno lee, a veces no. Cuando él faltó, empecé a leer más, porque me daba tristeza. Pero los libros enseñan: a aceptar la muerte, a vivir sin ellos. Es triste y bonito a la vez, porque lo más seguro que tenemos es la muerte. Hay que seguir trabajando y luchando por lo que uno quiere”, dice.
En los estantes de Disneylandia no solo hay libros: hay amor, perseverancia y memoria. El legado de Don Humberto sigue vivo en las manos de su esposa, entre las páginas que aún cuentan historias, y en esa esquina que aún guarda la imagen de su figura sentada en la puerta.

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