Acámbaro, Guanajuato.- Originaria de la localidad de Chupícuaro Viejo, Doña Carmen Solano Piña es una abuelita de más de 90 años, madre de 10 hijos, con varios nietos y bisnietos. Cuando tenía 15 años, decidió dejar su localidad para vivir en Acámbaro. Por un tiempo vivió en la casa de una de sus hermanas, dedicándose a hacer tortillas para vender y con esto ayudar en los gastos de la casa.
A la edad de 17 años, tuvo su primer hijo. A pesar de que su esposo no quería que trabajara, ella siempre buscó la manera de apoyarlo con los gastos para ofrecer una vida mejor a los 10 hijos que procreó.
Doña Carmen pasa sus días sentada por ratos en una silla de plástico afuera de la casa en la cual vive con uno de sus hijos. Su avanzada edad no le permite recordar la fecha en que nació ni la edad que tiene. A pesar de que no puede escuchar bien, siempre está dispuesta a platicar con la gente que conoce o con los vecinos que pasan por su casa.
Son pocas las ocasiones en que sus hijos o nietos la visitan. Según Doña Carmen, esto se debe al mal carácter que tiene el hijo con quien vive, ya que por sus malas actitudes hacia los demás, estos no acuden a visitarla. Doña Carmen desconoce lo que se celebra cada 28 de agosto, fecha en la que se festeja a los abuelitos. Según cuenta la viejecita, ninguno de sus hijos o nietos acudió a visitarla o felicitarla, por lo que para ella fue un día normal.
En algunas ocasiones, cuando Carmen se ha enfermado, uno de sus hijos se la lleva a vivir a su casa, pero en cuanto se siente bien, ella les pide que la regresen a donde vive. No le gusta ocasionar problemas ni estorbar a la familia de su hijo, quien se enoja cuando Doña Carmen le insiste en que la regrese a su casa.
Hasta el domicilio donde vive, sus hijos le llevan de comer, o familiares que viven en la casa aledaña a la de ella le otorgan alimentos y están al cuidado de la abuelita de más de 90 años. En su mirada se nota la tristeza de la soledad en la que vive; a pesar de tener una familia grande, son pocas las ocasiones en que acuden a visitarla o a pasar más de dos horas con ella conversando o conviviendo.
En los últimos días, ha pensado en pedirle a uno de sus hijos que se la lleve a vivir con él por temor a que en la noche se sienta mal y no tenga forma de pedir ayuda, ya que todos estarían durmiendo y nadie podría acudir a ayudarla. A pesar de la soledad en la que vive, Doña Carmen no carece de vecinos que se pongan a platicar con ella por ratos en la ciudad, o le ofrezcan algo de comer o limpiar el lugar donde duerme. Cuando algún familiar acude a visitarla, se nota la alegría en su rostro ya cansado por los años.
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