Me levanto todos los días sintiéndome vacía, aunque duermo con compañía a mi lado. Mientras escucha todas las alarmas que pongo desde las cuatro de la mañana, es curioso cómo, antes de abrir siquiera mis ojos, mi mente ya está pensando. La pregunta de si hoy podré levantarme de la cama o será un día más perdido, resuena en mí, fuerte y clara. Pienso, por una milésima de segundo, si hoy podré despertarme, ir al gimnasio, asistir a todas mis clases, ver a mis amigos y, por otra milésima, pienso que tal vez sólo con comer y quitarme el pijama sería un grande avance.
Aprendí a clasificar mis días en dos: en los que existo y los en los que sólo sobrevivo. Algunos días son promedio y crean una fusión entre sobrevivencia y existencia. Aunque todos concluyen con un vacío de vivir, es extraño, porque la ausencia se vuelve mi más leal compañera. Comemos, reímos, nos emborrachamos, lloramos, nos bañamos… bueno, hasta nos enamoramos juntas.
Todo el día escucho cómo su presencia silenciosa se acomoda a mi lado para recordarme que ella no se va. A veces me grita mucho, otras me insulta, y lo más común es que no para de repetir: “¡EL TIEMPO ESTÁ PASANDO Y TÚ NO ESTÁS HACIENDO NADA!”.

Aunque odio escucharla, nadie mejor que yo entiende que el mundo avanza, que todo el mundo se mueve, mientras yo no puedo levantarme de la cama, mientras pausa mis estudios académicos, porque, en mi salón de clases explican sobre política comparada y mi Ansiedad no deja de cuchichear que no estoy haciendo nada.
Si existiera un premio para la palabra más cliché de los últimos años, seguro sería “depresión”. Una jodida tristeza mezclada de amargura y enojo me persigue, mientras pienso en la cantidad de veces que me privé de vivir por tratar de sobrevivir.
Pienso constantemente en las cuatro paredes de mi habitación, en mi familia preguntándome: “¿Cómo va la universidad?”, y yo solo pienso en cuánto necesito que mi cabeza deje de gritar.
Quiero quitarme este secreto, quiero ser una estudiante promedio, quiero poder levantarme en las mañanas para poder estudiar, quiero dejar de evadir mi realidad y mis miedos en banalidades, quiero vivir apasionada, quiero saber qué voy a hacer. Al fin, al parecer sólo quiero querer.
Quiero poder regresar el tiempo y sentir que no desperdicio mi vida en una enfermedad que, al parecer, nunca se va; que se lleva mi tiempo, mis sueños, mis pasiones y mis ganas de vivir. Parece que se roba todo y me deja un pequeño recuerdo llamado ansiedad para recordarme que siempre puede volver a tocar. La respuesta que todos murmuran es fácil: tomarme un vaso de agua completo, contar hasta diez y levantarme de la cama. El problema es que yo ya me tomé medio galón y conté hasta mil.
Mientras escucho mi corazón palpitar a mil por hora, el ruido en mi cabeza y mis pensamientos de “nadie pausa sus estudios por salud mental”, todo se siente tan repetitivo y vacío; tal vez sólo soy.
Aunque tal vez este secreto que me guardo no sólo sea mío. Quizás alguien más lo comparte por ahí; quizás el chico que besé el fin de semana, incluso el que me rompió el corazón, o la bonita niña que no para de reír, el que tuvo que dejar la escuela para estudiar, el que trabaja y estudia para poder subsistir. Quiero creer que no soy la única que lo necesita parar para poder vivir, o, incluso aún peor, sólo para existir.