Guanajuato, Gto.- Amparo Isabel Aguilera Campos tiene 45 años. Su historia con el cáncer de mama comenzó a finales de julio de 2024, cuando un cambio en su cuerpo la llevó a descubrir un bulto en su seno derecho.
“Me asusté mucho, pero me resistí a revisarme… uno nunca está acostumbrado a pensar que estas cosas te van a pasar a ti. Es como si vieras las cosas de lejos y no creyeras que te van a pasar a ti. Y uno siempre se dice ‘ya luego, ya luego’… hasta que finalmente ya no pude más y fui a hacerme los estudios”, recuerda.
Después de varias mastografías y ultrasonidos, los médicos confirmaron su diagnóstico: tres pequeños tumores de cáncer de mama, cuya etapa aún era incierta, y un tipo agresivo pero tratable.
“Son días muy desgastantes, muy fuertes, donde no duermes, donde lloras, donde te invade el miedo. Es terrible… cuando me dieron la noticia, el primer pensamiento fue: ¿qué va a pasar con mi hijo, cómo voy a enfrentar esto, quién me va a atender, cómo voy a poder con todo esto?”, comparte Amparo.
Amparo Aguilera, un ejemplo de fuerza en la lucha contra el cáncer de mama
Su tratamiento incluyó ocho sesiones de quimioterapia y una serie de cirugías complejas: lobectomía, mastectomía con reconstrucción inmediata y neurotización para recuperar sensibilidad.
“Ese día me hicieron seis cirugías en una sola jornada… entré condicionada porque sabía que podían pasar muchas cosas. Gracias a Dios salí bien, pero no puedo describir lo intenso que fue. No sólo es el dolor físico, sino toda la angustia, el miedo y la incertidumbre que te invade en cada momento. Es un proceso que desgasta el cuerpo y el alma”, dice.
Pero más allá del tratamiento físico, Amparo señala que la verdadera reconstrucción ocurrió en su interior.
“Lo que más me ayudó fue aferrarme a mi hijo, a mi familia y a mis amigas. Ellos fueron mi red de apoyo, mi fuerza para seguir adelante. No se trata solo de tener buena actitud; es aprender a vivir con miedo, a levantarte aunque te duela, a escucharte y a cuidar tu cuerpo cada día. Para mí, la actitud no es simplemente sonreír y decir ‘voy a estar bien’. La actitud es levantarte cuando no tienes ganas, comer aunque no tengas hambre, mirarte al espejo y decir ‘voy a arreglarme aunque me cueste’, y hacer todo eso mientras lloras, mientras te sientes débil… pero aún así sigues adelante”.
El cambio físico fue un desafío adicional: la pérdida del cabello, el debilitamiento del cuerpo y la sensación de vulnerabilidad afectaron su identidad.
“Al principio no quería mirarme al espejo… no me reconocía. Me veía pelona, delgada, ojerosa. Me costaba aceptar lo que estaba pasando con mi cuerpo. Pero poco a poco entendí que arreglarme, vestirme y verme bonita no es vanidad; es una forma de cuidarme y de decirme que sigo aquí. Ponerse bonita, aunque parezca algo pequeño, te ayuda a sentirte fuerte, te da fuerza para seguir, para comer, para levantarte y continuar con tu vida”, explica Amparo.

Entre las dificultades, Amparo invita a otras mujeres a no dejarse vencer
Su mensaje para otras mujeres es claro: el cáncer es un camino difícil, pero no se transita solo.
“Abrácense a su red de apoyo, déjense ayudar, lloren si lo necesitan. Hay días en que uno se siente vencida, pero siempre va a pasar. Hay momentos en que el dolor es inmenso, pero aún así, uno encuentra la fuerza para levantarse.
Y eso es lo que yo aprendí: el amor de los que te rodean, el cuidarte a ti misma, el hacerte sentir viva, son la verdadera medicina. Siempre hay un momento para renacer”, afirma con voz firme y esperanzada.
Hoy, Amparo continúa su tratamiento y su cuidado, consciente de que su vida ya no es la misma. Pero, a pesar de la fragilidad y del miedo, cada día se esfuerza por vivir plenamente, por verse y sentirse bien, y por enseñarle a su hijo que, incluso frente a la adversidad más profunda, es posible reconstruirse por dentro y por fuera.
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