El psicólogo social Jonathan Haidt lanza una afirmación cargada de evidencia que debe preocuparnos: “las redes sociales están causando una epidemia de enfermedades mentales entre nuestros jóvenes”. Esta afirmación forma parte del subtítulo de su bestseller: “La generación ansiosa”.
En dicha obra, el también profesor de Liderazgo Ético en la Escuela de Negocios Stern de la Universidad de Nueva York, afirma que la salud mental de las niñas, niños y adolescentes se derrumba, pues desde 2010 se viene observando un preocupante y brusco aumento de casos de depresión, ansiedad y trastornos psicológicos en los países desarrollados, al mismo tiempo que el número de suicidios y autolesiones se han duplicado entre esta población.
“La generación ansiosa” se trata de una investigación de total actualidad, pertinencia y utilidad altamente recomendable. La tesis central de dicho libro es que las principales razones por las cuales las niñas o niños nacidos a partir de 1995 se convirtieron en la generación ansiosa se debe a dos tendencias: la sobreprotección en el mundo real y la infraprotección en el mundo virtual.
El mero hecho de considerar y reflexionar dicha tesis puede ser de mucha utilidad para todas las personas a cargo de la educación y formación de las niñas, niños y adolescente de hoy, es decir, no sólo padres y madres, sino también docentes, instructoras, instructores, etcétera.
Las niñas, niños y adolescentes han sido atrapados por la virtualidad, por las pantallas. Que quede claro, el problema no es la tecnología, el problema son las largas horas que pasan frente a las pantallas, pues el tiempo que pasan interactuando con sus dispositivos es un tiempo que no pueden dedicar a otras actividades que podrían promover esferas importantes de su desarrollo.
Sin duda, el mundo digital ofrece muchos beneficios: información útil de primera mano, científica y actualizada, diversión, contacto con pares, adquisición de ciertas habilidades cognitivas a través de algunos programas, plataformas e incluso video juegos. El problema es que, a nivel de desarrollo, durante la infancia y adolescencia, el cerebro que está en formación requiere de múltiples estímulos y de distinta categoría que la virtualidad no proporciona.
Debido a lo anterior, Jonathan Haidt nos deja recomendaciones muy precisas acerca de lo que pueden hacer mamás y papás de niñas o niños de 6 a 13 años para promover más (y mejor) experiencia en el mundo real: dale tareas sin que tenga que contar contigo, considerar que el tiempo después de clases es para el juego libre, salida a campamentos para dormir fuera de casa sin dispositivos ni segurismo, forma vecindarios y “barrios parques” acogedores y seguros para las niñas y niños.
Para promover menos (y mejor) experiencia con las pantallas: aprende a utilizar los controles parentales y los filtros de contenidos, concéntrate más en maximizar las actividades en persona y en el sueño que en el total de horas de pantalla, estructurar claramente los días y las semanas, presta atención a los posibles síntomas de adicción o uso problemático.
Lo que pueden hacer, sugiere Haidt, con adolescentes de entre 13 y 18 años para promover más (y mejor) experiencia en el mundo real: aumenta su movilidad, haz que tu hija o hijo ayude en casa, anímale a buscar un trabajo a tiempo parcial, busca oportunidades para que cuiden de otras personas o lideren, valora la posibilidad de apuntarlo a un programa de intercambio en el colegio, más emociones en la naturaleza y deja que se tome un año sabático después de la preparatoria.
Para promover menos (y mejor) experiencia en pantallas: habla sobre la transición de tus hijas o hijos de los teléfonos básicos a los smartphones, normas y parámetros familiares para su uso, buena rutina nocturna (retirar el teléfono [por lo menos] media hora antes de dormir) y pregúntales si su vida e internet los ayuda a conseguir sus objetivos o se los impide
Repito, el problema no es la tecnología ni las pantallas, el problema es la falta de equilibrio entre la vida en el mundo real y el mundo virtual. No se puede estar en dos lugares al mismo tiempo. Es labor de papás y mamás facilitar dicho equilibrio. De esta manera, las niñas, niños y adolescentes se beneficiarán de ambos espacios. Con lo que su desarrollo no será ansioso, sino sano.