Guanajuato, Gto.- Cada 28 de septiembre en Guanajuato capital se conmemora lo que los libros de historia mexicanos llamaron: La Toma de la Alhóndiga de Granaditas; uno de los primeros capítulos de la historia de la Guerra de Independencia.
El hecho ocurrió en el año de 1810, cuando las tropas a cargo del cura Miguel Hidalgo arribaron a la ciudad de Guanajuato capital para tomar la ciudad, luego de no haber conseguido su rendición por medios diplomáticos.
Sin embargo, detrás de la conmemoración festiva y los discursos oficiales, la realidad histórica muestra un hecho mucho más complejo y sombrío. Aquel día no solo se selló un avance simbólico del movimiento independentista, también se desató un infierno en la tierra que dejó un profundo rastro de violencia en la ciudad de Guanajuato.

La Toma de la Alhóndiga en Guanajuato, capítulo sangriento y decisivo de la Independencia
En el libro Historia de la Guerra de Independencia de México, de J.E Hernández y Dávalos, publicado en 1877, se describe el baño de sangre que se vivió ese día, cuando a la 1 de la tarde comenzó a entrar a la ciudad el ejército que se componía de alrededor de 20,000 hombres.
Poco tiempo después se apostaron a los alrededores de la Alhóndiga de Granaditas que, en ese entonces estaba conectada con una hacienda de beneficio de mineral llamada de Dolores.
Luego de posicionarse alrededor de la Alhóndiga donde decenas de familias criollas y españolas se habían resguardado, el ejército insurgente comenzó con una lluvia de piedras lanzadas con hondas
“Era tal el aguacero de piedras que en un momento no quedó ninguna persona en la azotea de la Alhóndiga, y esta y el patio concluida la acción tenía una cuarta de las arrojadizas” cuenta Hernández..

Las tropas del ejército de Hidalgo se dispersaron por toda la ciudad realizando destrozos, disparando hacia las ventanas de las viviendas privadas, y saqueando los negocios que se encontraban a su paso.
Luego de la lluvia de piedras, que continuó de manera intermitente se desataron los balazos: “Situados los honderos en sus puestos, los fusileros en el cerro del cuarto, y otros desde el venado, se comenzó la batalla con un fuego tan vivo,que no se podían ni comprender el número de tiros, el silbido de las balas se percibía por todas partes, así como la gritería inmensa de la plebe unida con los indios” relata.
El sitio de ambos edificios prosiguió durante poco más de dos horas, con una batalla cruenta y encarnizada, en la que se narra como oleadas interminables de hombres se estrellaban contra los muros de la hacienda de Dolores y de la Alhóndiga de Granaditas, muriendo por decenas, unos sobre otros, intentando quemar las puertas y explotar los muros para abrirse paso al interior.
Cerca de las 2:30 de la tarde, luego de la muerte del intendente Antoniode Riaño (que era como el presidente municipal en aquellos tiempos) las fuerzas europeas se hunden en el caos y la confusión, y pocos minutos después levantan la bandera blanca en la Alhóndiga de Granaditas.

Sin embargo, los que estaban defendiendo la Hacienda de Dolores no se enteraron de esto, y continuaron la defensa, lo cual enfureció a las fuerzas insurgentes cuyos jefes dictaron la orden de que “no se perdonaba vida”.
Para las 3:30 de la tarde las puertas de la Hacienda y de la Alhóndiga cedieron al fuego, dando paso al primer tropel del ejército insurgente compuesto en su mayoría de indios, quienes “comenzaron a matar a cuantos se encontraban, desnudándolos a tirones, y echándoles con las hondas lazo al pescuezo y a las partes, y mientras estiraban, unos otros les daban lanzadas, acabando en medio de los más lastimosos clamores” relata el libro de Hernández.
Para las 5 de la tarde la masacre había terminado y según Hernández y Dávalos se contabilizaron las muertes de 105 europeos (civiles) casi igual número de oficiales y soldados del batallón, y muchos indios, de los cuales se ignora el número debido a que muchos de ellos fueron enterrados en el río durante la noche, y solo aparecieron 53 que se enterraron al otro día en la parroquia de Belén, a un costado de la Alhóndiga, y unos cuantos más en el templo de San Sebastián.

La sangrienta victoria de la Alhóndiga que marcó la Independencia
Una placa colocada al exterior de una tienda en la calle Alhóndiga, indica el sitio donde decenas, si no es que cientos de cuerpos de insurgentes muertos esa tarde, fueron enterrados en el lecho del río que por ahí pasaba. Múltiples historias de valor sobrehumano y de arrojo honorable se vivieron ese día, y no solo del bando independentista.
Por ejemplo, a un costado de la Explanada de la Alhóndiga, sobre la calle de Pocitos, se encuentra una placa conmemorativa dedicada a la memoria de Francisco Valenzuela, quién era conocido como El Americano Alférez de Dragones del Príncipe, quien “habiéndose quedado a caballo fuera de la Alhóndiga (cuando las puertas fueron cerradas) recibió un palo, y al instante descargó en los indios sus dos pistolas, y metiendo mano al sable subió y bajó tres ocasiones la cuesta que llaman de Mendizábal haciendo muchísimas muertes, hasta que con dos lanzas lo sacaron por debajo de los brazos del caballo, y viendo que ni aún así se moría, lo llevaron preso y murió en el camino, repitiendo: ¡Viva España! hasta el último momento.

Así mientras en Guanajuato cada año se recuerda este momento con orgullo y desfiles la memoria histórica exige no olvidar que aquel día, también fue un baño de sangre, y así poder mirar con mayor honestidad los claroscuros de la independencia mexicana.

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