La presidenta electa le dice adiós a su jefe, su mentor y su gran maestro. Publicó un video de despedida a unos días de asumir el poder y de que López Obrador se vaya a su rancho, como lo prometió. Dice que se le salen las lágrimas porque el proceso de transición ha sido muy emotivo. Así son las despedidas, lo que pasa es que muchos seguimos sospechando que esos adioses son de mentiritas y que vemos a AMLO muy activo a unos días de entregar la banda presidencial y a Claudia se le percibe muy obediente.
Se le siente muy emocionada a la futura presidenta. En su cuenta de X(Twitter) se lee un mensaje sentido, que algunos ven con jiribilla y otros creen que ella no se atrevería a darle un significado distinto al que tiene. Dice: “El presidente @lopezobrador se retira de la vida pública, pero no se va del corazón del pueblo de México, además tenemos su legado. Es un honor estar con Obrador”. Pues, sí unos leen una cosa e interpretan otra.
El centro del mensaje está en el hecho que ella declara: se retira de la vida pública. ¿Será que le está haciendo una petición o le está recordando que su lugar cuando ella asuma el poder está en ese rancho donde estará gozando de la paz de estar alejado del reflector? Y, claro que hay quienes juzgarán que esta interpretación es malintencionada, pero basta ver.
Las lágrimas de Claudia pueden ser una expresión emocionada que corre en ambas direcciones. Una que le indica a su antecesor que será extrañado y otra que le reclama todo el tiradero que le está dejando antes de salir de la escena pública. Lo que llama la atención a los que estamos viendo y poniendo atención es como Claudia Sheinbaum, la candidata presidencial que obtuvo el mayor número de votos en la historia de nuestra democracia en vez de verse fuerte y triunfal luce débil y hasta se atreve a confesar que en vez de estar feliz, anda medio llorando.
No hay que hacerle mucho al cuento, la razón es obvia. Andrés Manuel López Obrador no quiere irse. Basta ver las evidencias que hasta un miope puede detectar. Claro que dejará la Presidencia, faltaba más, pero está aferrado al poder, miren si no. Y, en lugar de haber permitido lo que por lógica política sucede, es decir que se cumpla el arco del desvanecimiento del suyo y el lucimiento de la sucesora, se ve todo lo contrario. El sigue como si la perpetuidad fuera la madrina de sus funciones y a ella la acota y la anula en la forma y en el fondo.
La pobre presidenta electa no ha tenido respiro. La ha traído sujeta a las pretinas en su gira de despedida y ella se ve opacada por un hombre que nada más no suelta ni el micrófono ni el mando. Debe ser atribulante ser la heredera de un legado tan pesado, a tal grado que asfixia y corta las iniciativas, que acota las posibilidades de innovación y le quita el permiso de mirar fuera de la caja.
Y, ¿cómo no se la van a salir las lágrimas a Claudia? A cada tramo de la gira, la presidenta electa oye las manifestaciones de amor frenético que se le tiene a López Obrador, no a ella. No a ella que fue la que ganó por tantos votos. A lo mejor llora porque sabe que los votos se los debe a ya saben quién. Y, claro está que, en esa condición, lo único que queda es arengar: ¡es un honor estar con Obrador! Sí, de lágrima.
Y, ¿cómo no sentir que se le nublan los ojitos? Si está viendo que, frente al intervencionismo del presidente saliente, hay miembros de su gabinete, que todavía no está en funciones y ya andan pensando en renunciar.
Por supuesto, hay otra manera de interpretar las lágrimas de Claudia. La forma es creer que va a extrañar a su exjefe porque, efectivamente, se irá a su rancho. ¿Cuál será?
