La serie ‘Las muertas’ despertó un interés que poco aporta al tema que intenta visibilizar

‘Las muertas’, de Luis Estrada, encabeza desde hace dos semanas la lista de las producciones más vistas en Netflix. La serie reavivó la atención en uno de los episodios más escabrosos de la historia de México: el caso de las Poquianchis.

Incentivó también la curiosidad de muchas personas que se han acercado a conocer las sedes de los crímenes cometidos por las hermanas Delfina, Carmen, María Luisa y María de Jesús González Gonzáles Valenzuela.

En San Francisco del Rincón, donde se ubicaba uno de los burdeles de la Poquianchis, pervive el estigma. Sin embargo, gracias al éxito de ‘Las muertas, el municipio es ahora un atractivo turístico más en el estado.

Existe todo un trasfondo psicológico para explicar nuestra atracción hacia las historias de asesinos seriales. Esta fascinación es el motivo del éxito de múltiples series, películas y podcasts. Desde los inicios del proyecto, se sabía que ‘Las muertas’ no sería la excepción.

El tema de la trata de mujeres y el feminicidio en un estado como Guanajuato, es vigente y digno de preocupación. ¿Qué tanto lo banalizan o minimizan este tipo de productos culturales? ¿Qué tanto abren debate, generan una verdadera reflexión?

El filtro de la ficción

En redes sociales abundan los usuarios que reprochan que ‘Las muertas’ no se apega a la historia de las Poquianchis. “Es una telenovela”, dicen. Buena parte de ellos ignoran que la serie se basa en el libro de Jorge Ibargüengoitia, o saben de su existencia, pero no lo han leído.

Luis Estrada logró una digna adaptación. En anteriores ocasiones plasmó en sus películas la corrupción y violencia que lastiman al país (‘La ley de Herodes’, ‘El infierno’, ‘La dictadura perfecta’). No extraña que sume ‘Las muertas’ a esta lista. Ibargüengoitia tenía el mismo objetivo.

Concretar la novela tomó al escritor 13 años. Reunió documentos, fotografías, prensa amarillista, que le permitieron empaparse del caso. El resultado: una narración donde los reflectores no iluminan tanto las historias de las víctimas sino de las victimarias y los mecanismos que les permitieron operar en la impunidad.

‘El caso de Ernestina, Helda o Elena’, es el título del segundo capítulo de la novela, que se refiere a la primera víctima; este guiño representa a qué grado las mujeres fueron invisibilizadas, despersonalizadas. A la vez este ‘detalle’ es parte del humor, la risa incómoda que despierta Ibargüengoitia, la risa incómoda pero inevitable ante el absurdo.

La ficción es una manera interesante de abordar temas escalofriantes. Hay casos icónicos como el de Truman Capote, quien en ‘A sangre fría’ explora los motivos de dos jóvenes que asesinaron a toda una familia (incluidos dos menores). Recientemente, en su novela ‘Cocodrilos’, la veracruzana Magali Velasco desmenuza el fenómeno de la desaparición forzada y los riesgos que corren los periodistas que lo investigan.

“La literatura tiene esta gran capacidad de identificar las historias, resignificarlas a través de la ficción. Otro gran alcance de la ficción es entablar una empatía con el lector, con la lectora”, considera Velasco.

En México, autores como Fernanda Melchor, Elmer Mendoza, Eduardo Antonio Parra, se han enfocado en el lado oscuro, sin hacer apología de la violencia, mostrando la crudeza de la realidad desde una perspectiva capaz de tocar otras fibras.

Sin embargo, el éxito de ‘Las muertas’ no parece haber motivado un análisis de la problemática que retrata, la mínima empatía. Los comentarios que ha motivado la serie van dirigidos a lo poco que se apega a la versión oficial. Las quejas se dividen. Están los que pareciera que esperaban más sangre y tragedia, y los que lamentan tantas escenas ‘fuertes’. ¿De qué ha servido a la opinión pública conocer la trayectoria de las Poquianchis? Fuera de lo cinematográfico y lo literario, ¿cómo podemos interpretar las reacciones a las obras de Ibargüengoitia y Estrada?

Un tema vigente

En entrevista con Joaquín López Dóriga, Luis Estrada declaró: “pareciera que estamos hablando de cosas que son muy actuales, muy contemporáneas. Ibargüengoitia hace una especie de microcosmos en el que está reflejado un México con todas sus instituciones”.

El director tiene toda la razón. En nuestros días, es el crimen organizado quien ejerce la labor de las Baladro. Es el machismo arraigado en nuestra cultura el origen de tantos abusos contra las mujeres, de los feminicidios. Y la inacción o colusión de las autoridades persisten.

Debería escandalizarnos lo que hicieron las Poquianchis. Cabe mencionar, que ellas fueron a su vez víctimas de un padre violento. Las forjó el mismo sistema que continúa arrebatando oportunidades (y hasta la vida) a muchas mujeres. Por supuesto, nada justifica lo que hicieron, pero el medio en que se desarrollaron explica en cierta forma su proceder.

“El negocio de la prostitución es muy sencillo, lo único que se necesita para que salga bien es tener mucho orden”, dice Arcángela en la novela de Ibargüengoitia. Las niñas y mujeres en manos de las Baladro eran vil moneda de cambio. Pero no sólo ellas las cosificaron, sino todos sus clientes y los funcionarios a los que sobornaban como parte del ‘negocio’.

El escritor lo tenía muy claro: el horror por los asesinatos se da por hecho; debería indignar la corrupción y complicidad de militares, políticos, médicos, y un largo etcétera.

Pero ocurre algo extraño, la historia de las Poquianchis no llegó a nuestros días como un caso indignante, sino que mantiene el aura de leyenda urbana a la que se rinde culto.

Las personas interesadas en conocer la casa de las González Valenzuela en León, el sitio donde se hallaba el burdel en San Francisco del Rincón, ¿están interesadas en las víctimas? ¿Están conscientes de que el fenómeno sigue vigente, tal vez a mayor escala?

Todo apunta a que no es así, volvimos al sensacionalismo que el tema despertó en sus tiempos.

Aunque beneficie a Luis Estrada y ciertas localidades, ‘Las muertas’ disparó el morbo, la explotación de una triste realidad a la que las mujeres están expuestas.

LO SUPERFLUO: Las manifestaciones artísticas provocan y abren espacio a la discusión de temas sumamente relevantes.

LO PROFUNDO: El amarillismo, la búsqueda de likes y de audiencia, son la norma en una sociedad habituada a la violencia.