Guanajuato, Gto.– Cientos de niñas y jóvenes fueron privadas de su libertad a causa de las Poquianchis, quienes la explotaban en cantinas y burdeles clandestinos. León fue el escenario de abusos atroces, pues muchas mujeres en situación vulnerable llegaban con las hermanas a pedirles trabajo. Te contamos cómo manipulaban a las víctimas para consolidar un imperio criminal a costa de ellas.

León es una ciudad conocida por su industria, urbanización y por ser la capital del calzado a nivel nacional. No obstante, en esta ocasión hablaremos de un caso que le dió fama por razones fatídicas: fue uno de los lugares con mayor concentración de trata de personas por parte las Poquianchis.

Las proxenetas buscan mujeres muy jóvenes, incluso menores de edad, para secuestrarlas y explotarlas en todos los sentidos | IMDb

Promesas de trabajo y esclavismo laboral: las estrategias corruptas de las Poquianchis para tratar mujeres

Fue en la ciudad del zapato donde las hermanas González Valenzuela reunieron a muchas mujeres muy jóvenes, algunas de ellas niñas, para instaurar una red de trata que les proporcionaría riquezas y poder.

Además de San Francisco del Rincón, León fue un municipio de Guanajuato que presenció el proxenetismo de las Poquianchis. Ellas reclutaban a mujeres menores de edad, de entre 12 y 15 años, prometiéndoles un trabajo de buen salario como meseras de las cantinas.

Por lo general, las personas provenientes de hogares disfuncionales o en situación de extrema pobreza eran víctimas de los engaños de las proxenetas. Delfina, la mayor de las González, tenía métodos de secuestro específicos: iba a las rancherías a buscar niñas menores de 15 años y simplemente las raptaba, o si iban acompañadas por sus padres, se les acercaba y ofrecía darle trabajo a sus hijas como meseras o trabajadoras del hogar.

En otras ocasiones, las madrotas mandaban a sus trabajadores hombres a raptar a las mujeres. Era común que, cuando las madrotas ya poseían bastantes riquezas gracias a las ganancias de la explotación sexual y laboral, mandaban a muchos de sus empleados a engañar y extorsionar a adolescentes en todo el país.

Las chicas eran recluidas en espacios hacinados, en donde eran maltratadas todos los días | CITRUS

Una vez que las jóvenes ingresaban a la casa, eran violadas y maltratadas para desmoralizarlas y dejarlas vulnerables mentalmente. Además, se dice que las hermanas les vendían productos de higiene básica y ropa, los cuáles las chicas compraban por necesidad pero como no se los pondían costear al no tener un sueldo, quedaban endeudadas. Las deudas las mantenían esclavizadas a las Poquianchis, pues ellas les decían que estaban obligadas a trabajar hasta pagarles lo comprado.

La corrupción de las autoridades protegía al imperio de las Poquianchis

Las hermanas González Valenzuela se valían de la protección de policías y funcionarios para mantener su negocio criminal a flote. A menudo se relacionaban amistosamente o como amantes con quienes veían como un peligro para sus burdeles, y de esa manera obtenían sus favores. Otras veces les ofrecían dinero a cambio de su silencio.

Asimismo, se aliaron con la secretaría de salud que fungía en Guanajuato en ese momento para obtener tarjetas de control falsas. Gracias a estos documentos fraudulentos, las Poquianchis presumían a los clientes que las jóvenes estaban sanas y les daban tranquilidad a los clientes.

Carolina escapó de las Poquianchis y denunció todo lo que vivieron cientos de mujeres en sus casas de Guanajuato | MUBI

Cuando la red de trata fue denunciada en 1964 por Carolina Ortega, una de sus víctimas, encarcelaron a las Poquianchis. La joven que logró escapar dió su testimonio a la policía judicial de León y narró cómo fue engañada con promesas de trabajo para llegar al sitio que sería su infierno.

Esta denuncia fue documentada por la revista local ¡Alarma! y el caso se volvió tan mediático que llegó a otros países. Al día de hoy, la población de León recuerda con angustia este funesto episodio de Guanajuato.

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