El sistema bipartidista estadounidense es ideológicamente de derecha (right-wing). Sin embargo, más allá de las diferencias regionales y nacionales que representan el partido Demócrata (liberal) y el Republicano (conservador), es fundamental considerar que cada elección presidencial en Estados Unidos genera cambios en el “tablero mundial”, especialmente en escenarios tan críticos como el actual. Sin embargo, en la actualidad, más allá de la partidocracia, existe la figura de Donald Trump, un outsider muy distinto a Hugo Chávez o Evo Morales, quienes si no figuraban en la política nacional de sus países (uno era militar y el otro líder de un movimiento indigenista), Trump es un excéntrico empresario multimillonario que incursionó en la política no hace más de diez años siendo el “hombre más poderoso del mundo”.

Una pregunta simple ante un asunto complejo es ¿qué sucedería en Ucrania si Kamala Harris hubiera ganado en las últimas elecciones? ¿se mencionaría en medios de un posible triunfo de Rusia un gobierno demócrata, como se especula con el regreso de Trump? La dicotomía que generan los resultados electorales estadounidenses tiene un impacto global profundo. Sin embargo, los fenómenos globales no pueden explicarse en términos absolutos de blanco y negro, sino dentro de una escala de grises.

Es interesante lo que representa la maquinaria política trumpiana. Su base social está conformada por sectores conservadores, cristianos protestantes, defensores del uso de armas, de las energías fósiles, así como opositores de la agenda woke, anti-inmigrantes y anti-ambientalistas. Estas políticas son impulsadas tanto por razones socio-electorales (apelando a valores culturales y religiosos del American pride) como por intereses económicos (apoyo a empresas industriales nacionales, energías fósiles, entre otras).

En el ámbito internacional, Trump adopta una política disruptiva hacia los países que considera “dependientes” de los recursos económicos y militares de Estados Unidos, particularmente en Europa Occidental. Su política exterior busca implementar medidas proteccionistas y antiglobalistas con el objetivo de fortalecer la economía y las finanzas estadounidenses, aspectos que se han debilitado desde la caída de la Unión Soviética. La Unión Europa ha experimentado un debilitamiento tanto económico como político a nivel global por seguir a Estados Unidos en sus decisiones en la política internacional los últimos años. Decisiones como el apoyo a Ucrania, la expulsión de Rusia del mercado energético europeo, han dejado a los países europeos dependientes del suministro de gas natural y petróleo crudo en manos de los Estados Unidos o de fuentes alternas como la India. Esto ha resultado más costoso para los países de la UE, como lo demuestra un análisis del Center for the Study of Democracy, que señala que, de enero a agosto del 2024, la UE compró combustible de tres grandes refinerías indias que trabajan crudo ruso, pagando casi un 20% más que el año pasado. A su vez, es interesante observar la ausencia de una figura líder de la comunidad europea ante las nuevas potencias emergentes de BRICS (Brasil, Rusia, India, China y Sudáfrica). Aunque figuras como Emmanuel Macron han ganado visibilidad, su popularidad no necesariamente es positiva ni comparable con el liderazgo que en su momento ejerció la ex-canciller alemana Ángela Merkel.

Durante su primera gestión, Donald Trump buscó acercarse a Rusia y tomar distancia con China. La lógica detrás de esta estrategia radica en dividir el poder del hemisferio oriental entre dos potencias rivales, lo que permitiría a los Estados Unidos fortalecerse en el hemisferio occidental teniendo un aliado del otro lado del mundo. Este enfoque expansionista incluye propuestas como la anexión de Canadá como el 51º estado de la federación estadounidense, la compra de Groenlandia a Dinamarca (propuesta de Trump rechazada por el gobierno danés en 2019), la recuperación del control del Canal de Panamá como espacio de ruta marítima estratégica, incluso del renombramiento del Golfo de México llamándolo el Golfo de América (haciendo referencia a Estados Unidos, no al continente americano per se), en un intento por reforzar la hegemonía estadounidense en la región y a nivel global.

Groenlandia tiene un valor estratégico considerable para Estados Unidos debido a su ubicación geográfica, sus recursos naturales y las bases militares estadounidenses que se instalaron desde 1951 para evitar amenazas y ataques de otros países, cuestión irónica que actualmente sea EE.UU. quien amenace el territorio danés. Esto reforzaría el control estadounidense en las rutas marítimas del Ártico, una región cada vez más importante debido al deshielo polar y la apertura de nuevas rutas comerciales.

A su vez, la mención de anexar a Canadá a los Estados Unidos, país con una población de 40.1 millones que cuenta con más del 70% de su población concentrada en la frontera con Estados Unidos, no es la primera vez que se discutiría en la política estadounidense. Además, su territorio alberga una de las mayores reservas hídricas del mundo, un recurso estratégico en el contexto de cambio climático y la creciente escasez de agua a nivel global. Este tipo de propuestas de políticas expansionistas reflejan el interés estadounidense de moldearse ante un escenario global, con el fin principal de no ceder el puesto de país hegemónico que busca mantener, tanto para fortalecer su influencia en el continente americano como en el mundo.

Aún antes de tomar protesta, Trump ya ha dejado en claro su interés de expandir a los Estados Unidos en territorios estratégicos, en términos económicos como militares. Históricamente, las segundas gestiones de los presidentes estadounidenses se caracterizan por la adopción de medidas más radicales. Por ejemplo, el caso de George W. Bush en Iraq, si bien la guerra dio inicio el 2003, a partir del 2005 se mostró una mayor brutalidad en la guerra “preventiva”. De la misma forma, en la segunda gestión de Barack Obama -en lucha contra el Estado Islámico- es notorio también la cantidad de civiles asesinados. La organización Iraq Body Count, señala que los años 2005, 2006 y 2007 así como 2014, 2015 y 2016 fueron los años con más muertes de iraquíes civiles, precisamente en los segundos periodos presidenciales.

Un aspecto más regional es la actualidad de Venezuela, ya que es muy distinta a la que tenía en 2016. Rusia, China e Irán, considerados como tres países que amenazan los intereses de Estados Unidos en la región latinoamericana, esto dicho por el mismo Comando Sur (US. Southern Command), fueron en su momento factores clave para que Nicolás Maduro prevaleciera en el régimen. Sin embargo, en la actualidad, en el retorno de Trump a la Casa Blanca, Rusia viene desgastada de una guerra con Ucrania, considerada como proxy en vinculación con la OTAN.

China enfrenta una crisis interna, marcada por una desaceleración económica, junto con tensiones tecnológicas con Estados Unidos y aranceles con la Unión Europea, y su creciente dependencia a Rusia. La política exterior de Pekín se verá condicionada por la competencia con Washington, especialmente en lo tecnológico, también con posibles conflictos en países del Medio Oriente que afectan sus intereses energéticos, ya que Irán es la primera fuente de petróleo del Gigante Asiático siendo el mayor consumidor de energía en el mundo. Ante su situación interna, Venezuela no está como prioridad en las políticas de China por atender.

La reciente caída del régimen de Bashar Al-Assad en Siria ha alterado significativamente el equilibrio geopolítico en Medio Oriente, afectando a la “luna musulmana” como a los intereses estratégicos del Kremlin. Irán que había consolidado una influencia en Siria a través del régimen de Assad, actualmente con la caída del gobierno en Siria, los intereses del régimen iraní son afectados en su región. A esto se suma la crisis humanitaria en Palestina y el genocidio del Estado de Israel, lo que implica que la atención del Teherán se desplace a temas más cercanos y urgentes, dejando a Venezuela un poco de lado.

Ante este escenario global, posiblemente sea cuestión de tiempo para que Trump pueda influir en la política interna de Venezuela sin que haya un país externo aliado de Nicolás Maduro como lo hubo en el primer término trumpista. Y en medio de este tablero global ¿dónde queda México? ¿qué impactos tendrán las políticas de Make America Great Again sobre el país? En Latinoamérica, el tablero será distinto para cada país, ya que, aunque la región comparte muchas características sociales y políticas en común, las posturas ante Estados Unidos como aliado o como un país imperialista demarca en gran medida el tipo de relación entre los países. Por esto, es crucial que México mantenga una política exterior en continua vigilancia a los distintos fenómenos mundiales, estar consciente de cómo las piezas del ajedrez global se reconfiguran ante los movimientos de las potencias como Rusia, China y su vecino del norte, Estados Unidos. La presidenta de México, Claudia Sheinbaum, no fue invitada a la toma de protesta de Donald Trump el 20 de enero a diferencia de presidentes como Javier Milei de Argentina, Daniel Noboa de Ecuador (nacido en Miami, FL), Nayib Bukele por parte de El Salvador, que muestran ser más cercanos a Trump desde sus políticas económicas y personales.

Es crucial cuestionarse sobre diversos temas como el T-MEC en lo comercial, la migración ilegal, la inseguridad consecuente del crimen organizado, entre otros. Por ejemplo ¿qué implicaciones habrá si Trump declara al narcotráfico como terrorismo? ¿Buscaría coordinarse con el gobierno de México o actuaría unilateralmente? Esta situación exige que la diplomacia no sólo reaccione a estos cambios, sino que también anticipe posibles escenarios para proteger sus intereses estratégicos y económicos en un entorno global cada vez más dinámico y marcado por tensiones geopolíticas y rivalidades económicas…