Estambul. Uno de los objetivos al planear nuestra visita a esta ciudad de bellezas arquitectónicas, cultura y buena gastronomía era ir a comer un Tuzda Tavuk (pollo a la sal), por la zona de Taksim que descubrí en un viaje anterior.
El plan era llegar a Estambul, dejar las maletas en el hotel y aprovechar una soleada tarde septembrina navegando por las aguas del Bósforo hasta que el astro rey le diera vuelta a la página a ese día. Nada mejor para tener una idea de lo que esa hermosa ciudad milenaria promete a los buscadores de experiencias.
Acto seguido, tomaríamos un taxi o un Uber para ir a Al Madina, el restaurante en donde el pollito no solo es un platillo a degustar, sino una ceremonia donde los meseros orquestan un espectáculo alrededor del fuego que envuelve el montículo salino que será destrozado con mazo en mano.
Esta tradición ancestral tiene sus orígenes en Hatay, en el distrito de Reyhanli al sur de Turquía y con el tiempo ganó popularidad convirtiéndose en todo un atractivo turístico en el que también cantan y bailan para celebrar la vida.
En mi memoria se encontraba intacto el recuerdo del sabor de ese pollo entero relleno de arroz especiado, envuelto en una costra de sal roca endurecida que guarda los vapores emanados de la cocción lenta en un horno de leña: dorado por fuera, jugoso por dentro como solo los turcos lo saben hacer.
Manos a la obra
Con foto del restaurante en mano tratamos de explicarle al conductor del taxi, que no hablaba inglés, a donde queríamos ir y sin más tomó camino. No es que yo conozca Estambul como la palma de mi mano, pero cuando vi que pasaba media hora y el camino no se parecía ni remotamente al del restaurante que yo recordaba, inferimos que algo andaba mal.
Nos terminó llevando a otro restaurante más fifí que no tenía nada que ver con el “Arroyo turco” al que pretendíamos ir, con el argumento de que Al Madina ya no existía.
Como ya era tarde y el hambre arreciaba ya comenzábamos a sufrir el síndrome del turista engañado, en el que la buena disposición del viajero sabelotodo le da paso a la histeria de me vieron la cara, mejor nos bajamos del taxi para comer lo que sea.
Por fin el pollito
Sin miramientos ordenamos varias entradas como Yesil Zeytin que son aceitunas verdes, pimientos, salsa de granada y aceite, por supuesto no podía faltar el humus, esa pasta de garbanzos cocidos con ajo ajonjolí y limón, además del Mütbel que son las berenjenas asadas con yogur y ajo, todo acompañado con el pan árabe recién horneado.
Por fin, el pollo llegó en una charola plateada, montado sobre la cama de arroz pero en lugar de la envoltura salina había una porción de sal ardiente en otra charola adjunta y en vez del canto y baile regional salía vapor de hielo seco de un cacharro.
Lo que hay que reconocer es que el sabor y textura de esta vianda correspondía adecuadamente con la que guardaba en mi memoria, tanto que hasta volví a sonreír al llevarme a la boca el primer trozo de una piernita bien dorada que jugosamente se deshacía en mi boca.
En una mesa cercana veíamos a un personaje tomándose fotos con los comensales, sin saberlo nos encontrábamos en CZN Burak, el restaurante de un conocidísimo chef turco que se ha hecho famoso en redes sociales por sus extravagantes recetas y por siempre sonreír ante las cámaras, lo que le ha valido para tener sucursales en cerca de 10 países por el mundo.
Nuestra cándida ignorancia nos tomó por sorpresa cuando el mismísimo chef Burak Özdemir pasó a preguntarnos si todo estaba bien con el servicio, a lo que los cuatro a la mesa respondimos con un simple “sí, muchas gracias”.
Solo fue hasta que comparamos su rostro con una gigantesca estatua que sonreía a la nada justo al lado de la entrada que caímos en cuenta que lo teníamos, era nuestro para la foto y lo dejamos ir.
PD: El Al Madina, sigue operando en la misma calle en donde lo dejé la vez anterior, solo que ahora es hotel, pero enfrente se encuentra el restaurante.