“Todos somos indígenas”, argumentó Bárbara Botello Santibáñez tras registrarse como parte de los pueblos originarios en sus aspiraciones por una diputación local plurinominal.
La exalcaldesa de León no logró comprobar sus raíces purépechas a pesar de la convicción con que las defendió.
También el priista Lorenzo Chávez, líder de la Confederación Nacional Campesina, se registró como candidato indígena a las ‘pluris’.
Aferrarse a cargos públicos no es una conducta nueva entre numerosos personajes del ámbito. Novedosas, las estrategias a las que recurren para continuar en la escena, porque no se les agotan y no dejan de sorprendernos.
El oportunismo está a la orden del día en tiempos electorales. Por desgracia, los pueblos originarios son con frecuencia utilizados para vender espejismos. Y en ese juego, la clase política ha caído en situaciones absurdas que subestiman no sólo a los indígenas, sino la inteligencia de toda la ciudadanía.
Mera parafernalia
Si el registro de Bárbara Botello como indígena fue una idea que surgió desde la dirigencia estatal de Morena, o de su propia inspiración, no es el asunto que en este momento nos compete. Es el discurso con que la expriista se vio obligada a justificarse, el que nos remite a otros episodios lamentables.
“Nadie tiene el monopolio del indigenismo”, señaló. Tiene razón. Pero a manera de flashbacks acuden a la mente postales de un Andrés Manuel López Obrador apenas visible entre coronas y collares de flores. Recordemos que entre humo de copal arrancó su gobierno, en aquel ritual donde le fue entregado el bastón de mando de los pueblos originarios.
El tabasqueño siempre involucró el tema en sus eventos y discursos; pero hasta este año, el último de su gestión, al cuarto para la hora, envió la reforma para reconocer a las comunidades indígenas y afromexicanas como sujetos de derecho público.
En 2021 se celebró en Guanajuato capital el evento ‘Mujeres construyendo la grandeza’. En la Alhóndiga de Granaditas se reunieron funcionarias, lideresas, activistas, “integrantes de los distintos sectores de la sociedad”, señalaba el boletín oficial. Las mujeres indígenas estuvieron presentes, claro. Sin embargo, al ver la foto del recuerdo, tomada en las escalinatas del icónico recinto, no aparecen en ella. ¿En dónde estaban? Fueron invitadas para realizar un ritual en el patio central de la Alhóndiga, mientras alcaldesas, diputadas, directoras de área, observaban desde sus asientos.
Falsa identidad
“Yo nací en Michoacán y ahí está el grupo purépecha”, dijo Bárbara Botello, quien ocasionalmente usa vestidos y blusas bordados por artesanos.
Consumir productos tradicionales, dar a conocer el trabajo de los pueblos originarios contribuye a visibilizarlos. Sin embargo, hay ocasiones en que nuestros políticos parecen olvidar que portar ciertas indumentarias no es como usar un disfraz.
Desde los inicios de su trayectoria, la priista Beatriz Paredes viste huipiles que se convirtieron en parte de su identidad, de una imagen que actualmente está más que normalizada.
“Me encanta que se vista como yo”, declaró Paredes cuando entró en escena la ahora candidata a la presidencia de Fuerza y Corazón por México, Xóchitl Gálvez. ‘Guerra de huipiles’, así bautizaron los medios el momento en que la alianza debía decidir cuál de las dos sería su representante.
¿Cuál es la diferencia entre Paredes y Gálvez? La vestimenta de Xóchitl responde a la estrategia con que se presentó a los mexicanos: una mujer de origen indígena que vendió gelatinas, viajó en transporte público, vivió en Iztapalapa. Una candidata del pueblo, en contraste con la académica Claudia Sheinbaum (quien también aparece en actos públicos con vistosos bordados de vez en cuando).
La asesoría de imagen, el presentarse como un producto, son parte de la evolución de la forma de hacer política.
Caso extremo, Manuel Velasco, exgobernador de Chiapas. En 2015, el militante del PVEM se casó con la cantante Anahí vestido de charro. Cuando estuvo al frente de uno de los estados con mayor presencia indígena, el rubio mandatario no perdía la oportunidad de usar indumentarias tzotziles, tzeltales y de otros grupos de la región. El colmo fue cuando se viralizó una fotografía donde un grupo de indígenas lo llevan en andas mientras saluda sonriente a sus gobernados. El límite entre participar de los usos y costumbres de las comunidades, y el usarlas como propaganda, a veces es difícil de distinguir.
Promover el orgullo
¿Vivimos en un país racista? Sí. “Indio” continúa considerándose insulto y los indígenas son objeto de todo tipo de burlas, parodias y hasta humillaciones de parte de sus connacionales que niegan el mestizaje y se identifican más con los conquistadores.
No olvidemos el infame audio donde Lorenzo Córdova, presidente del INE, se burla de la manera de expresarse de un líder chichimeca, que se sobrentiende no hablaba al 100% el castellano.
¿Por qué ahora nuestros políticos nos conminan a sentirnos orgullosos de nuestras raíces? Porque hay que demostrar empatía, porque aunque se ha criticado el populismo del gobierno en turno, hay que explorar las estrategias que le arrebataron el poder a los partidos de siempre. Porque es año electoral y hay que atraer a las urnas más de 20 millones de votos de un sector siempre olvidado.
LO SUPERFLUO: Se nos vende el discurso de que los pueblos originarios deben ser respetados, incluidos, visibilizados.
LO PROFUNDO: El acercamiento a los indígenas siempre se da desde el desconocimiento y sobre todo, desde el oportunismo.