Al final de cada año y antes de empezar con los propósitos para el que comienza, vale la pena plantearse algunas preguntas que nos lleven a reflexionar qué nos queda del 2025. Tuve la oportunidad de entrevistar a Amin Maalouf, premio FIL GDL 2025 y me dijo que siempre hay preguntas que habitan en nuestra mente. Creo que es cierto, pero muchas veces las ignoramos. Pero, en este entretiempo que hay de Navidad a Año Nuevo podemos aprovechar para reflexionar y respondernos ciertos cuestionamientos.

Me parece que la primera pregunta que nos debemos plantear es ¿qué merece la pena recordar de este 2025. Tal vez, muchos de nosotros tengamos una lista de hitos que le dieron sentido al año que termina. O, quizás hayamos acumulado una serie de sucesos que acontecieron en la cotidianidad que nos llenaron de alegría y dieron propósito a nuestros días. Es frecuente creer que sólo vale la pena acordarnos de lo grandilocuente, pero qué pasaría si acercáramos un poco la línea de nuestro horizonte.

Me refiero a esa conversación que tuve con mi mamá, a las palabras que le escuché a papá, el café que me tomé con un amigo, la vez que fui con mi hermana a algún lado, el momento tranquilo que disfruté con mi abuela, en fin, me refiero a todos esos acontecimientos que pudieron pasar desapercibidos, se aferraron a nuestra memoria y nos hacen sonreír. Son los instantes en los que nos resultó difícil ser importantes, en los que lo pequeño fue más grande y relevante de lo que parecía. Tendemos a olvidar que incluso, los pasos cortitos como los de un bebé nos llevan adelante.

La siguiente pregunta la tomo de Valierie Tiberius, una profesora de filosofía de la Universidad de Minnesota: ¿Cuándo te sentiste más despreocupado y alegre en el año? Responder esta pregunta nos lleva a reconocer cómo decidir en que emplear nuestro tiempo en el futuro, entender qué es aquello que debemos privilegiar. Recordar esos momentos en los que, en vez de pensar con intensidad, pudimos respirar en forma profunda. La vida actual nos lleva a vivir preocupados permanente mente. Mi abuela solía decir: ni te mortifiques, o las cosas se mejoran o se echan a perder y ya. Tenía la boca llena de razón. Estar dándole vueltas a los problemas sin hacer algo para resolverlos en angustiarnos en vano. Otras veces, nos enganchamos en el “modo preocupación”. ¿Qué tal si no hay problema o si el problema no es nuestro?

Claro que un año no se trata sólo de lo que ha ocurrido sino de cómo hemos respondido a lo que nos ha pasado. La siguiente pregunta es: ¿qué te dio energía y que te la drenó? Dos personas podemos haber vivido circunstancias muy parecidas y reaccionar en forma muy diferente. Si escribiéramos en un papel aquello que nos quitó energía y lo guardáramos en una cajita, ¿qué pasaría si lo leyéramos un mes o un año después? Es probable que eleváramos las cejas y nos ganara la risa. La verdad es que en la hora más oscura, podemos cantar.

Esto encadena la siguiente pregunta: ¿qué parecía imposible, pero que de todos modos hiciste? Reflexionar sobre los retos que se nos plantearon nos da evidencia de nuestra resistencia, refuerza nuestra fortaleza y suma optimismo, confianza y motivación.

También, hay que reconocer que hay cosas que nos quedaron por hacer. ¿Qué hábito, si lo hiciéramos con más constancia, tendría un efecto positivo en nuestra vida? Hacer ejercicio, comer mejor, hablar con nuestra familia y amigos. Guardar el teléfono cuando estamos frente a un ser humano, puede ser un excelente hábito.

Preguntaros sobre ¿qué intentamos controlar que en realidad estaba fuera de nuestro control? Una forma de reducir la carga mental que, en ocasiones, resulta más pesada que la loza del Pípila es dejar ir las cosas que están fuera de nuestro radio de control. El mejor ejemplo es dejar de preocuparnos por lo que piensan los demás. Es mejor prepararnos a conciencia para enfrentar los retos, comunicarnos con claridad, actuar con integridad que intentar controlar cómo alguien piensa y opina de lo que somos y hacemos. Hacer esta reflexión al final de año, puede resultar benéfico.